Artículo publicado en "Mito, revista cultural"
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La cultura tiene sus raíces en la tierra
Kultur, kultura, culture, kulturo, Κουλτούρα, cultuur, cultură… son diferentes maneras de denominar lo que nosotros llamamos ‘cultura’
La primera acepción que el diccionario nos da para este término es la de cultivo. En verdad, el término procede (como tantos) del latín cult?ra y hace referencia al verbo latino colo. Este verbo viene a significar cuidar.
En
la antigua Roma, por supuesto, cuidaban las tierras que ofrecían el
sustento para la familia de cada uno (el hogar) y para la familia de
todos ( la res publica). Debían aplicar cuidadosamente todo el
saber aprendido para obtener tan valioso tesoro: los alimentos. Este
saber englobaría supuestos basados en la técnica y a su vez en la
superstición.
Precisamente el dominio de las tierras y del “cuidado de éstas” movió la primera guerra mundial entre los hombres del mundo conocido: Roma ansió el dominio de las fértiles tierras sicilianas y su producción de grano.
Sin embargo, la última de las acepciones que nos indica el diccionario está vinculada al culto religioso.
En efecto, los primitivos romanos cuidaban de las tierras con
veneración. No sólo significaban alimento. Convertidas en recinto
sagrado (munus), aquellos romanos enterrarían en las tierras de su propiedad, los restos de sus antepasados. Así, sería el lugar donde el paterfamilias
iba a reposar eternamente y para ello, deberá asegurarse un primogénito
que garantice su descanso. El primer varón será el responsable de velar
por la correcta realización de los ritos familiares secretos para
venerar a los ancestros. Con lo que la herencia de la tierra implicaba
necesariamente el culto a los antepasados familiares allí enterrados.
¡Pobre Tiberio Graco! apaleado, lanzaron su cuerpo sin vida al río; al
negarle la sepultura, le infringieron el peor de los castigos:
condenaron a su espíritu a vagar sin descanso por siempre. Mucho debió
sufrir Ovidio su destierro, exiliado en el lejano Ponto, jamás su
espíritu encontraría la paz.
Es
más, para la fundación de cualquier ciudad, era necesario, en primer
lugar, delimitar su recinto sagrado. Rómulo lo marcó con un arado,
cavaron un pequeño foso en su interior y allí, tanto él como la comitiva
de patres presentes, lanzaron un puñado de tierra procedente del
lugar sagrado donde cada uno, en su respectiva patria, tenía enterrados
a sus antepasados. Se establece así el vínculo definitivo con la nueva patria. Tuvo la osadía Remo, su hermano, de burlarse de estos asuntos tan serios y lo pagó con su vida.
Por
otra parte, los romanos también “cuidan” los dioses, se les rinde culto
para que sean benévolos con la cosecha de los campos y con la cosecha
de “suertes” para los humanos. En este sentido, los romanos fueron muy
estrictos en sus ritos, que se traduce en piadosos, como lo entiende John Scheid, dentro de una religión muy cultual. El culto
en sí mismo, es decir, la forma en la que se realizan los ritos es lo
que realmente importa en toda ceremonia: se debe emplear las palabras
justas, los gestos apropiados, el lugar adecuado… y sólo unos pocos –
muy selectos dentro de la alta clase social- tendrían el privilegio de
conocer este secreto formato e interpretar la voluntad de los dioses (y
de paso, decidir el futuro de Roma) establecidos en 12 colegios
sacerdotales para atender los cultos religiosos..
Hasta aquí, el diccionario nos ha relacionado la cultura con el cultivo de la tierra y con el cultivo de los dioses. Pero eso no es todo: -cultura es un gran sufijo. La apicultura, avicultura, piscicultura, ostricultura, colombicultura y cunicultura, … entre otras y, con gran tradición, nos anima a que cuidemos de los animales. También, gracias a la puericultura podemos cuidar de nuestros más pequeños. El cultor era el que adora o protege. De ahí que el agricultor adorase a los númenes con la misma vehemencia que se encargaba de sus campos. Y con la agricultura, volvemos otra vez a cuidar de los productos que nos ofrece la tierra: floricultura, fruticultura, horticultura, oleicultura, olivicultura…
Gran afición tenía el gran Cicerón por todas esas actividades agrestes. Amaba sus inspiradoras tierras de Tusculum, donde se retiró a escribir prosa y poesía. Precisamente allí, en el año 46 a. de c, dos años antes de su muerte escribiría, Tusculanae disputationes,
donde resulta ser el primero en establecer la metáfora del campo con
las actividades y virtudes humanas empleando el término cultura como “cultura animi”,
en su libro segundo. Entendemos, entonces, la segunda acepción que nos
da el diccionario de la Real Academia Española cuando dice que “cultura” es un conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico.
Por último, el diccionario menciona un uso colectivo del nuestro término definiendo la cultura como un conjunto
de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo
artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc. Así, podemos aplicar el término a la cultura micénica,
para hacer referencia a la civilización prehelénica del final de la
Edad de Bronce, de la misma manera que Claude Chastagner puede hablar
de “la cultura del rock” surgida entre la década de 1950 y 1960
para referirse a una juventud occidental que construye un universo con
leyes, códigos y valores propios alrededor de una música nueva e
intensa: el rock.
Con todo, podemos afirmar que, si la incultura
es precisamente la negación de todo lo anterior, tanto en el plano real
como en el figurado, entonces debemos rechazarla y condenarla. Pues
significa que estamos negando la capacidad de cuidar la tierra, de
cuidar lo sagrado, de cuidar nuestro ánimo y de nuestra comunidad.
Por
ello, el “reto de la cultura” debe contemplar una apuesta que garantice
una Educación capaz de llenar a a las personas de todos estos
conocimiento y experiencias – con aurea mediocritas- no sólo en la parte de las destrezas técnicas, sino también en las del ánimo.