La publicación de las Odas y Épodos de Horacio, de la
editorial Cátedra a cargo de Manuel Fernández-Galiano y Vicente
Cristóbal, me ha remitido a la obra de D. Marcelino Menéndez Pelayo,
publicada en el año 1885, Horacio en España, donde realiza un
estudio sobre los traductores castellanos, catalanes y gallegos de
Horacio, para después comentar cuál fue la trascendencia de Horacio en
la poesía de Castilla y Portugal.
Este autor advierte que Horacio fue uno de los poetas menos saboreados
de la Edad Media, (...) ni el fondo de Horacio ni su expresión
convenían a la Edad Media (...)
Es indudable que Horacio fue el poeta menos leído, si exceptuamos
a Catulo, Tibulo y Propercio que permanecieron aun más olvidados.
Será, pues, en el siglo siguiente, época de mayor florecimiento de los
estudios clásicos, cuando se abre la serie de traductores e imitadores
horacianos con Garcilaso, que si bien no imitó directamente ninguna oda
del venusino, sí que emuló las increpaciones de Horacio a Lidia,
seductora del joven Síbaris. En realidad, a él se debe la primera joya
Horaciana de la poesía moderna, La flor de Gnido. que resucita la erótica horaciana y creó a la vez una combinación rítmica suelta y fácil.
Además, un artículo de Manuel Mañas Núñez, me ha llevado hasta Horacio (Oda 2, 16) En Francisco de Medrano (Oda XXIV),así como Rafael Herrera Montero hasta, La lírica de Horacio en Fernando de Herrera.
Sin embargo, siguiendo a Menéndez Pelayo, es Fray Luis de Leon
quien consiguió encarnar su pensamiento en las formas de la poesía
antigua, y en especial en la de Horacio, vertiendo en las antiguas
tinajas vino nuevo, o trabajando con manos cristianas el mármol gentilíco, para valernos de una frase exacta y feliz.
Siendo que, en una ocasión, este mismo autor llega a reprochar a Fray
Luis que, en su afán por imitar el metro horaciano, alguna estrofa sea
oscura, otra incompleta y que “en sus versiones, propiamente dichas,
abundan los versos flojos, las frases desmayadas, y aun las torcidas
inteligencias del sentido", en otra ocasión, más adelante, encomia la
exquisita poesía que se desprende de cualquiera de sus audacias de
lenguaje.
Me he centrado en el Epodo II de
Horacio, redactado hacia el año 37 a.C., que es el más claro exponente
de la exaltación de la vida del campo frente a la de la ciudad,
presentando una descripción idílica de las actividades del campesino.
Pero, al mismo tiempo, mediante una pincelada irónica en los versos
finales, viene a ser también una recia censura contra la actitud vital
de aquellos hombres que nunca están contentos con su suerte. No hay que
olvidar que la mempsimoiría, la “queja contra el destino”, es efectivamente uno de los temas centrales en la obra de Horacio.
En 1928, la Real Academia española publica las Poesías de Fray Luis de Leon
editada con los comentarios de D. Marcelino Menéndez y Pelayo. Obra que
estoy siguiendo en mi trabajo para comparar la traducción de este Epodo II hecha por Fray Luis con el texto de Horacio, conocida como "Beatus ille".
Por lo pronto, hay que dejar constancia de que, en esencia, ni se añade
ni se quita nada al original latino. Verso por verso, existe una exacta
correspondencia entre el modelo y su traducción. Veámos un ejemplo
Si Horacio comienza su texto:
Beatus ille qui procul negotiis,
ut prisca gens mortalium,
paterna rura bobus exercet suis
solutus omni faenore
Fray Luis de León lo traduce:
Dichoso
el que de pleytos alejado
qual
los del tiempo antigo,
labra
sus heredades no obligado
al
logrero enemigo
Lo único que puede haberse omitido es el paterna aplicado a “sus propios bueyes” (bobus suis)
Sin embargo, respecto a las dos últimas parejas de versos de la oda, considera Menéndez Pelayo que son flojos y no conservan nada de la ironía del original:
Ansí,
dispuesto un cambio ya al
arado
loaba
la pobreza;
ayer
puso en sus ditas todas cobro;
mas
oy ya torna al logro.